Por Mariano Aguirre
El 5 de febrero se cumplirá un año de dirección del complejo acuático-deportivo municipal Hispaocio por parte de la empresa Smartfit. ¿Ha cambiado algo?
Un año de potemkinismo
Se sentir quelque peu Romain, / mais au temps de la décadence – Sentirse algo romano, / pero en la época de la decadencia – («Avec élégance» – Con elegancia -, Jacques Brel).
Muchos aficionados al cine pensarán que Potemkin fuera probablemente un almirante ruso, debido a la película de Eisenstein que narra el motín, mitificado por la cultura comunista de los marinos del acorazado Potemkin. Sin embargo, Potemkin fue un ministro de Catalina la Grande (siglo XVIII; despotismo ilustrado) cuyo gran mérito consistió en colocar a ambos lados del camino recorrido por la zarina en sus viajes por el Imperio ruso aparatosas telas y decorados de quita y pon que representaban mansiones estupendas, bellas iglesias, palacios, pueblos saneados y lugareños bien alimentados y felices. Todo ello con el propósito de ocultar la miseria que quedaba detrás y, por tanto, de hacer creer a la emperatriz (¡y se lo creía!) que en sus dominios reinaba la estética y la abundancia.
Es cierto que en Hispaocio se han acometido importantes reformas de infraestructura y prueba de ello es ese mar de paneles solares que pueblan su tejado. Ahora bien, por cuanto se refiere al usuario y su día a día – si bien parece ahora que sí se ha dado con la tecla de la temperatura en la sala fitness -, la impresión es que bien poco ha cambiado y poquísimo se ha mejorado. El 5 de febrero se cumplirá un año de dirección por parte de la empresa Smartfit. Se nos quiere hacer creer que se trata de una nueva empresa, pero uno puede apreciar que las caras siguen siendo las mismas, así como que la incuria y la falta de respeto al socio siguen marcando la pauta.
Y aquí es donde entra el potemkinismo, que consiste en disimular y tapar las vergüenzas, sin solucionarlas. Se trata de crear una nueva apariencia que nos lleve a pensar que sí hay cambios profundos. Vestir a la mona de seda. De seda inglesa, por más señas, pues, dentro de esa estrategia potemkinista, la lengua inglesa juega un papel importante: la recepción se llama ahora «welcome area» (ni siquiera «reception») y los monitores «wellness team» (ni siquiera «staff»). Se apela al Imperio Británico, pero para mí que es ya el de la decadencia. Y la mona, mona se queda.
Se cambian los uniformes y una publicidad interna nos machaca desde las pantallas de televisión de la sala «fitness», glosando las grandes reformas que se llevarán a cabo, pero:
- Hace unos pocos días, por segunda vez en dos meses, hubo de cancelarse una clase de aqua-gym por los gases mefíticos que emergían de la piscina.
- La roña y el deterioro imparable parecen haberse apoderado de discos y mancuernas.
- El suelo de la zona de grandes pesos en la sala fitness es inestable y, por tanto, peligroso por acusar un relieve volcánico en miniatura.
- El cartel de «No tocar» corona un entrepaño para la colocación de mancuernas desde hace un año o más.
- Muchas de las tapicerías de los bancos siguen rajadas y raídas.
- En una patada magistral a la matemática más elemental, que es el cálculo, a medida que, físicamente, se levanta más peso, resulta que, numéricamente, se levanta menos, tal y como establecen las planchas de la máquina multipower, en que, yendo de menos peso a más, los 48,5 Kg, por ejemplo, preceden a los 45,5 Kg.
- Los relojes se erigen en sentido homenaje a la diversidad, mostrando horas distintas.
- Las taquillas de los vestuarios no tienen perchas.
- Vallas de protección ocupan la mitad de la anchura en la rampa de acceso para evitar que se tropiece con los desniveles del pavimento. Otro tanto ocurre en la zona del aparcamiento.
- Los canalillos de desagüe del aparcamiento siguen colmatadas, repletas de fango, inservibles. Dio la impresión, hace meses, de que se acometía la reforma, pero pronto se vio que se trataba de un espejismo.
- Se lavan los ventanales y se limpia la fachada que da a la calle; asimismo se pintan las salas de clases colectivas, pero el lateral y la trasera del edificio siguen sucios y abandonados.
- Hace un mes se comenzó a pintar el pasamanos de la rampa de acceso, pero aún no se ha acabado. ¿Es esto, y otras más deficiencias, culpa del servicio de mantenimiento? Claramente, no. Que yo sepa, actualmente hay sólo un operario fijo en este servicio, asistido de otro ocasionalmente. Ello no basta.
- Se anuncia la inauguración del nuevo Spa para principios de octubre; luego, «próximamente»; ahora ya ni eso: ya no hay plazos. Sin embargo, en el Spa actual, se siguen cayendo partes de la techumbre y se viene abajo un muro de vidrio cuyos añicos van a parar, en parte, al fondo del jacuzzi, rajando, al menos a un usuario, la planta del pie.
- Con demasiada frecuencia, se vienen dando largos períodos de tiempo en que no hay ni un solo monitor en la sala fitness, incluidos sábados y domingos enteros.
- No se han restablecido las tres clases colectivas del domingo y fiestas de guardar, ausentes desde la peste del corona-virus.
- El yoga ahora se paga aparte, cuando hasta la marcha de Pilar Blázquez, quedaba incluido en la cuota. Esto se llama ir de más a menos.
- El gumitado, que es ese recubrimiento gris que, sólo parcialmente, cubre la separación entre las casas de Fátima y el aparcamiento, sigue su ineluctable degradación. Tres vallas y un lienzo blanco potemkinizan esa miseria.
Lavar la cara es necesario, pero no suficiente. Las operaciones de esthéticienne son mendaces si no van más allá, si son sólo pura cosmética. Lo de menos es camuflar una espinilla o un granito. Lo que hay que hacer es abrir y extirpar el cáncer. Y dejar tranquilo al bueno de Potemkin en su sepulcro, con sus ¿bienintencionadas? quimeras.
Mariano Aguirre – facebook: Usuarioshispaocio Luchar