Por Mariano Aguirre
Do not go gently into that good night.
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light…
(Dylan Thomas)
… cuando eras joven te vestías y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las manos y otro te vestirá y te llevará adonde no quieras. (San Juan 21: 18)
En los actuales Museos Vaticanos se puede admirar el fresco en que Rafael Sanzio recrea la conmovedora imagen de Eneas huyendo de Troya en llamas y portando a su padre, el anciano Anquises, a la espalda, mientras el nieto Ascanio se asoma a la derecha. También Bernini, en la Galería Borghese, con ese virtuosismo tan pulcro que caracteriza su obra, plasma la misma escena: el hijo adulto llevando sobre un hombro al declinante padre, y, tras ellos, la tercera generación encarnada en el pequeñín Ascanio. La carga del perlático progenitor frena la huida del adulto, ciertamente, pero es su deber y su voluntad salvar también al viejo y no sólo al hijo. Eneas es persona íntegra y sabe que al anciano no se le abandona, que el viejo, por mucho que lo sea, solo cumple su ciclo vital en el momento en que fenece sus días, no antes, y que “su época” es todas las épocas mientras en él palpite un soplo de vida. Hasta tal punto esto es así que, la imagen del hijo adulto acarreando al padre machucho ha acabado por convertirse, trágicamente, en tópico iconográfico vital, como lo prueban tantas guerras e invasiones.
Antes de que la peste del coronavirus nos asaltara y alterara nuestras existencias, entristeciéndolas, era bello ver a tanto anciano frecuentar Hispaocio, sobre todo por la mañana y, además, muy de mañana, pues la mayoría de ellos procedían de las clases populares y yo nunca he conocido a nadie tan madrugador como el obrero español. Ancianos de ambos sexos en la sala de máquinas, en la piscina y más de uno incluso en las clases dirigidas, hacían deporte por primera vez en su vida, saboreando ya en su jubilación los beneficios y la alegría que brinda la actividad física. ¿Tarde? Sí, sin duda, pero como bien reza el dicho popular: “Más vale tarde que nunca”.
Por otra parte, lo tardío no es inútil, al revés. Desde hace años, la medicina preventiva ha hecho grandes progresos que representan avances en lo social y así sus profesionales, en coordinación con los centros deportivos municipales o estatales, recomiendan al paciente de edad avanzada el ejercicio físico, genérico o específico, planificado y seguido por monitores, con objeto de combatir o prevenir lesiones, entonar el corazón, corregir posturas viciadas, vigorizar el tono muscular, evitar la obesidad, en definitiva, para que el viejo viva mejor y viva más.
Y es que no basta con caminar. El anciano requiere del trabajo de fuerza con ejercicios de carga y el anciano ha de trabajar también la elasticidad para evitar el anquilosamiento, y ello sólo puede hallarlo en el gimnasio pues, seamos sinceros, esas instalaciones en parques y al aire libre consistentes en elípticas, pedales, silla abdominal, etc. rayan en la inutilidad. En los días de frío, de lluvia, de viento, de sol avasallador, ¿quién se acerca hasta ellos? El gimnasio, con sus máquinas, su piscina, sus clases y su supervisión por parte de monitores es absolutamente necesario, imprescindible. Es el único espacio que de verdad puede ayudar a los de provecta edad a luchar contra el deterioro físico y a estar y sentirse más saludables.
Era bello contemplar la alegría de esos señores y señoras entrados en días haciendo sus ejercicios, bromeando entre ellos, charlando satisfechos de fútbol, de toros, de los hijos y los nietos, de su pasada vida laboral, de la marcha de Villaviciosa, tanto en la sala de máquinas como en los vestuarios o luego solazándose en el spa. Bello era también, aunque más raro, ver por la tarde a tres generaciones de la misma familia coincidir en Hispaocio e incluso llegar y marchar juntos. Anquises, Eneas y Ascanio, unidos.
¿Cómo despreciar al viejo? Si ya, según nos ha revelado la fosa de Atapuerca, aquellos homínidos cuidaban de sus mayores, a la vez que de los enfermos. Nosotros, herederos de Cristo, ¿podemos involucionar? La respuesta es obvia: no, un no rotundo. Estamos obligados por la caridad a ayudar a los más necesitados, a brindarles protección y a asegurarles una serie de prestaciones que les hagan la vida más fácil.
Llegó la peste y los ancianos desertaron el gimnasio. A algunos los veo como alma en pena por las calles o caminando en largos paseos, pero ello, si bien necesario, no es suficiente. Los de los años vetustos han de volver al gimnasio. Más de uno me asegura que lo hará en septiembre u octubre, cuando se alcance ese porcentaje alto de vacunados. Hay que animarlos a que vuelvan, por su bien y porque los beneficios, con el tiempo que pasa, si ya no se cultivan, dejan de manifestarse. Por otra parte, esta pandemia no puede ser eterna, por pura ley de vida. Esta, la vida, volverá a reír como después de la gripe española, de las pestes medievales y renacentistas, como después de tantas epidemias que han asolado la historia de la humanidad. Y tenemos que estar preparados para la vuelta, ya que no lo estuvimos para la irrupción de esta maldita peste. Los viejos, aunque sea poco a poco, han de volver a Hispaocio y volverán. Si Hispaocio cerrara, los viejos quedarían desatendidos en la faceta del deporte saludable y eso nuestro municipio no se lo puede permitir, aunque solo fuera por no convertirse en el hazmerreír de las localidades colindantes, bien dotadas todas ellas de instalaciones deportivas públicas que funcionan a pedir de boca.
Hispaocio debe sobrevivir para, entre otras cosas, acoger al anciano. ¿O es que el jubilado de Villaviciosa se apuntará al gimnasio de la Europea, o al Corpore, o a micro-gimnasios cuyos socios, en su grandísima mayoría, son la gente joven? Evidentemente no, y ello por varias razones: el precio, el desplazamiento, el ambiente. Sí, es cierto, los viejos con posibles pueden recurrir a un entrenador personal e incluso montar en sus casas un remedo de gimnasio, pero ello es sólo solución para una minoría y los poderes públicos han de atender a la mayoría. Y si alguno piensa que lo que sigue es demagogia, le diré las mismas palabras que pronunciara el rey inglés Eduardo II, creando así la Orden de la Jarretera: Honni soit qui mal y pense: El Ayuntamiento tiene el deber de dar al obrero jubilado, a las clases más desfavorecidas (cuyos miembros podrán quizás tener manteca, sí, pero no instrucción y la instrucción es el bien más preciado precisamente porque no se le puede poner precio) y a los pensionistas que menos cobran, prestaciones compensatorias; pero es que ese deber también ha de alcanzar a los más pudientes, no obligándoles a recurrir a lo privado, sino haciendo que se sientan satisfechos de participar en lo público.
Todo ayuntamiento, sea de izquierdas, de derechas o de extremo centro, está obligado a ser social y a potenciar lo público. Hispaocio no debe morir.
Ocio es el tiempo libre destinado a actividades que no son el trabajo ni tareas domésticas. Eso dice wikipedia. El trabajo, aquello que nos define, nos da la identidad y la posición social con lo que nos ganamos la vida. Aquello que necesitamos hacer para que, a cambio, se nos otorguen privilegios, incluidos los necesarios. Estos privilegios seran dados en función de la capacidad competitiva del indivíduo. Trabajo es la fuerza que hace que el espacio cambie. Con nuestra fuerza sustentamos y damos forma al mundo en que vivimos. Echadle un vistazo. Ojalá mi trabajo fuera saber cómo entender la propiedad para así procurar el alimento, construir el hogar. Pero me quitaron el espacio y por eso dominan mi tiempo. Ojalá el trabajo sea el tiempo. Ojalá el tiempo sea libre
Gracias por dejarnos tu comentario, Jesús.