domingo, 24 noviembre
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Bécquer: «Dios mío, qué solos se marchan los muertos»

En 2020, se cumplirán 150 años de la muerte de Gustavo Adolfo Bécquer, poeta y narrador sevillano y romántico apasionado, autor de rimas y leyendas, de cartas a mujeres y cartas desde celdas, y sufridor por amores imposibles. Como todos los mortales, vivió el amor y el desamor, la esperanza y la derrota. Murió un 22 de diciembre, ya casi nochebuena, con los cielos oscurecidos por un eclipse de sol. Tenía 34 años.

En su Rima LXXIII el poeta se muestra consternado ante el paisaje de la muerte, ante la soledad de los muertos, y escribe un lamento tan cierto como irremediable : «amigos y deudos cruzaron en fila, formando el cortejo»; e inmediatamente después, solo ya en un camposanto desierto, con el viento frío barriendo las tumbas y los ramos de flores secas, sintió la necesidad de dar fe como testigo rezagado de la soledad sin consuelo : «Dios mío, qué solos se quedan los muertos»…

Hoy el mundo malvive la terrible pandemia del coronavirus. Día a día los contagiados, enfermos críticos y fallecidos se multiplican por cientos, miles y decenas de miles; los profesionales de la medicina, los hospitales y los científicos, intentan contra reloj plantar cara, curación y vacuna a esta terrible enfermedad cuyo final es dramático: la falta de aire, los pulmones inflamados y la asfixia final… Este virus es un enemigo difícil de identificar y de combatir, y, además, es un virus cruel y cobarde porque se ensaña especialmente con la gente mayor, la que sobrevive con salud precaria y tiene menos capacidad de defensa. Este virus cobarde se atreve principalmente con los viejos.

Hoy en día, salvo excepciones, corren malos tiempos para las personas de más edad. En culturas antiguas, en unas más y en otras menos, los ancianos ocupaban un lugar; eran valorados y gozaban de atención y respeto como activos ciudadanos; eran requeridos por su experiencia, por su sabiduría, por su serenidad y su sensatez. Tomaban parte en Senados y tribunales, en la administración de la justicia, en los Consejos de gobernantes y en las relaciones diplomáticas… Insignes políticos y destacados filósofos dejaron su huella durante siglos en Grecia, Roma, y otras civilizaciones. En China y en Japón, contar con un anciano en el núcleo familiar y social, estaba y aún está considerado como un honor… Sin embargo, en el siglo XXI, las sociedades desarrolladas, sus economías y sus sistemas de trabajo y rentabilidad de la producción y las tecnología de última generación, han relegado la figura de los mayores a un plano marginal porque lo que interesa y lo que priva, como dicen los modernos, es adorar al becerro de oro de la juventud, cuanto más epatante y rentable, mejor. La llamada, eufemísticamente tercera juventud importa poco o muy poco.

El viejo, a veces, estorba en las casas, (dicho sea con afecto no exento de humor ), y es enviado al parque o a comprar el pan para que no interrumpa el paso de la aspiradora… A los viejos les duelen los huesos y las articulaciones, la maldición de la memoria que se esconde, las manos que tiemblan, la orina que se escapa y el pañal de la vergüenza… Los viejos ven con dificultad y se sirven de un bastón para soportar mejor el peso de la nostalgia… Por necesidades económicas y laborales de algunas familias, los viejos son ingresados en residencias porque no hay más remedio, aunque todos saben que no hay hogar como el hogar familiar, y que, para los nietos, el abuelo suele ser una figura entrañable, y que muchos abuelos, tal y como está la vida, ejercen una segunda paternidad o maternidad.

Es verdaderamente trágico e inhumano que los viejos se mueran sin ningún ser querido cerca; sin una palabra de aliento, sin el calor de la presencia física, sin una mano que estreche sus manos… Sin el cariño y la compasión a la hora de partir… Es trágico e inhumano también, y causa de un gran dolor y enorme desolación, que los miembros de una familia, como todos ellos hubieran deseado, no hayan podido estar junto a sus mayores durante la grave enfermedad o su fatal desenlace…. Féretros definitivamente cerrados en soledad; gotas del hisopo de un cura rezando un breve responso con mascarilla en la boca; y adiós, que vienen otros coches fúnebres detrás, y no hay tiempo que perder… Algunos familiares llegan a última hora, cuando todo ha terminado, derramando lágrimas de pena y frustración, porque acudir tarde a determinadas citas produce un dolor incontenible.

Es la hora del último viaje… Sin adiós, sin despedida, los viejos muertos parten de una estación de trenes con los andenes vacíos; trenes de ida y nunca de vuelta; ni un abrazo, ni un beso, ni un pañuelo, quizás empapado por el llanto, escribiendo en el aire un hasta siempre… Ellos, los viejos, van solos , sin saber cuál es su destino final.

Quizás, el negro e infinito silencio de la nada más absoluta… O quizás, la bienvenida celeste a un paraíso de luz y eternidad.

Recordando al poeta, podríamos concluir: Dios mío, qué solos se marchan los muertos…

BREVE CURRICULUM DE JUANJO BORREGO

Periodista y escritor, autor de libros de poemas y relatos. Ha ejercido la Jefatura de Programas en RNE y Cadena COPE. Ha escrito y dirigido numerosos programas informativos y culturales en RTVE. Tiene en su haber dos Premios Ondas de Radiodifusión.

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