«El 10 de marzo los médicos de Atención Primaria de Madrid estamos re-convocados a una huelga indefinida por el incumplimiento de los acuerdos a los que se llegaron con la Administración en el mes de septiembre, cuando se peleaba por esto mismo.
Parece que somos los médicos los que pedimos mejoras para nuestro trabajo, cuando deberíamos estar agradecidos por tenerlo, máxime en los tiempos que corren. Parece que somos egoístas porque en una pandemia de un año de evolución ya, con sus olas pasadas y las venideras, osamos poner en jaque a la asistencia en primera línea.
Pues bien, querido paciente, quiero que sepas que esta lucha es principalmente por TI. Lástima que ni siquiera llegues a leerlo.
Tengo la suficiente edad para recordar cómo era la asistencia hace unos años, no tantos si nos ponemos puristas. Antes de ayer.
Algunos de mis pacientes, los de más edad, los de la EGB, serán capaces de recordarlo. Otros, los más jóvenes, los de BUP, que no de Bachillerato y, por supuesto, los de la ESO, los que han nacido en nuestros Centros de Salud y no en los consultorios les sonará a película del siglo pasado.
Recuerdo acudir con mi madre al consultorio de barrio, habitualmente situado en los bajos de un edificio de viviendas. Era un lugar con poca iluminación, con salas de espera concurridas y «consultas calientes», donde el médico de cabecera pasaba consulta dos horas y media y se marchaba veloz porque esa consulta debía ser ocupada por otro compañero.
Llegabas a la entrada para «coger número» para ser atendido por Don Manuel. Un señor de rictus serio te atendía sentado en una mesa llena de taquitos de números, uno por cada uno de los facultativos que pasaban consulta en ese consultorio. Hoy, quiero pensar que este señor era un celador, porque vestía de calle (ni siquiera bata) y no llevaba identificación.
Con suerte, cuando llegabas conseguías número para Don Manuel. En ocasiones, ya no había números, se habían agotado, aunque tu médico empezara la consulta a las 13h y fueran las 8.30h de la mañana. No era negociable: no había número, vuelva mañana.
Tenías el número 45 escrito a mano en un papel pequeñito
Llegabas a la sala de espera, a tope. Don Manuel todavía no había llegado y el médico previo llevaba retraso. No te ibas, a ver si con suerte «fallaba» alguien y pasabas antes. De cuando en cuando, salía una enfermera de la consulta y preguntaba si había alguien para recetas o para partes de baja. Un grupo de gente se arremolinaba en la puerta y le entregaba los «cartones» de las medicinas y las cartillas sanitarias (unas en funda negra, ¿las recordáis?), que no la tarjeta sanitaria. Pensabas que con suerte esos pacientes tenían el número más bajo que el tuyo y así entrarías antes. Tenías hambre, pero de allí no te ibas.
A mamá le había costado tres días conseguir número para Don Manuel. Pasaba el tiempo y conseguías un sitio para sentarte en la minúscula sala de espera. Veía como entraban y salían pacientes con bastante celeridad. Por fin entrabas. Consulta estrecha, dos mesas. Detrás de la primera se encontraba don Manuel enfundado en su bata blanca con el nombre bordado en el bolsillo. Cenicero con cigarro humeante a su derecha. Le extendías la «cartilla negra» a la enfermera que estaba situada en la segunda mesa perpendicular a la de Don Manuel con varios talonarios de recetas verdes, rojas, y partes de baja dispuestos a ser rellenados.
Resolvía raudo tu problema y daba la instrucción a la enfermera: «Optalidón cada 12h, 3 días». Mientras mi madre le intentaba decir que tu padre necesitaba análisis, la enfermera recriminaba que «solo» tenías un número. Don Manuel pulsaba el timbre que encendía la luz roja de «siguiente» y en la minúscula consulta coincidíamos mi madre esperando a que la enfermera le hiciera la receta, el nuevo paciente que ya estaba contando su dolencia a Don Manuel, el médico, la enfermera y yo.
Salía de allí maravillada con Don Manuel y su gran capacidad de resolver en tan poco tiempo. Era mi héroe. Hoy pienso en si Don Manuel dormiría tranquilo por las noches.
Esta era la asistencia que teníamos a finales de los setenta. Y quien diga otra cosa, miente. Médicos con 3 minutos por paciente, salas de espera abarrotadas, imposibilidad de hacer atención continuada. Médicos expendedores de recetas, derivadores natos al especialista del ambulatorio, que no al Centro de Especialidades.
Eso era lo que teníamos y eso es a lo que vamos abocados
Soy médico de vocación. No pertenezco a una saga familiar de médicos, ni siquiera de sanitarios. Quería una puerta de entrada al sistema sanitario mejor que el que viví y, por eso, me subí a este maravilloso barco de la Atención Primaria. En ella me he formado y es por la que he soñado, trabajo y por la que lucho.
Quiero poder dar a mis pacientes una asistencia de calidad, con tiempo para escucharlos, atenderlos, acompañarlos. Ofrecerles lo mejor, porque es posible desde Atención Primaria, pero no con lo que ahora tenemos.
No quiero agendas infinitas que comprometen TU seguridad como paciente y MI seguridad como profesional que te atiendo. Quiero TIEMPO para poder resolver tus demandas.
Querido paciente, es una lástima que no llegues a leer esta carta, porque igual me entenderías mejor, NOS entenderías mejor. Como también es una pena que ni mi actual Gerente de Atención Primaria ni mi Gerente Adjunta, que me conocen y con las que he trabajado codo con codo, lleguen a leerlas, porque igual entenderían que nos jugamos mucho no apostando por «la Primaria». Esa Atención Primaria por la que sé que ellas también han soñado.
Querida Primaria, esta lucha, es por TI.»
Dra. Raquel Collados Navas.
Médico de familia, Centro de Salud Parque Loranca (Fuenlabrada)