miércoles, 24 abril
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Extranjeros en Hispaocio

Por Mariano Aguirre

– Eh! Qu´aimes-tu donc, extraordinaire étranger?

– J´aime les nuages… les nuages qui passent… là bas… là bas… les merveilleux nuages! 

                                                                                                                       Charles Baudelaire

            Llegué a Villaviciosa de Odón en 1990. Venía de vivir unos años en Ibiza, isla cosmopolita por antonomasia donde no sólo en la temporada turística alta, sino durante todo el año, pues allí son numerosas las colonias alemana, británica, francesa, neerlandesa, belga, italiana, etc., se oye hablar permanente y mayormente lenguas germánicas, lenguas latinas, mas también otras minoritarias. En cafés, restaurantes, gimnasios, playas y calles.

            ¿Quién me iba a decir en 1990 que Villaviciosa de Odón, al cabo de unos años, porque la Universidad Europea abriría aquí sus puertas, atrayendo a una multitud de jóvenes estudiantes de todo el mundo, iba a convertirse en localidad internacional y que uno, al igual que en Ibiza, oiría en cafés y restaurantes, en la Blasa y en las calles no sólo lenguas occidentales e indo-europeas, sino también semíticas y otras aún más exóticas como puedan ser las extremo-orientales, amén de los distintos y suaves acentos que componen nuestra Hispanidad.

            Es bello vivir rodeado de extranjeros que aportan feliz variedad a nuestro paisaje: rostros, cuerpos, ademanes, actitudes, idiomas y gustos distintos a los nuestros, siempre en son de paz, y enguirnaldados además de ese divino tesoro que es la juventud. Todo ello conforma algo que, si no es Belleza, se le asemeja sobremanera.

            Pues bien, gran número de estos estudiantes, a pesar de gozar de unas buenas instalaciones en su campus universitario, sito en el Bosque, acuden a Hispaocio. Fue Erik Araújo, primer coordinador de este centro, quien con su encanto especial (¡y también bien exótico!) y su sorprendente vitalidad y profesionalidad, arrastró tras de sí a muchos de esos estudiantes. Luego él, por desgracia (“infeliçmente”, como él mismo diría) marcharía, pero la inercia ya estaba creada. Otros prefieren Hispaocio para no pasar las veinticuatro horas del día en el recinto de la Universidad y así cambiar un poco de aires, sin olvidar a aquéllos, numerosos, que viven en el casco urbano y a quienes, después o antes de las clases, les resultan más próximas y cómodas las instalaciones municipales.

            He conocido a muchos chicos de ambos sexos, extranjeros todos ellos, que frecuentaban y frecuentan Hispaocio. Lo hacían y hacen con alegría por el buen ambiente que allí encuentran, generado por unos monitores, siempre cordiales y que saben dar el callo, así como por el conjunto de los usuarios en general. Se hallan como en casa. Valoran también mucho la piscina y el Spa. Pensemos por un momento, por ejemplo, en una muchacha escandinava, tan privada de luz solar en su país, que se entrene en Hispaocio… ¡cómo no habrá de valorar estas instalaciones!

            Siempre he sostenido que Hispaocio era, posiblemente, la mejor de las propagandas que una localidad española podía hacer entre los extranjeros. Esto sí que es “Marca España”, aunque no participe de ese organismo. Tengamos en cuenta además que estos muchachos no son turistas, sino residentes durante cuatro o cinco años y a razón de nueve o diez meses al año. No nos quepa duda de que, cuando vuelvan a sus países de origen, por vacaciones o por haber acabado ya sus estudios, hablarán de España en general, de Madrid y en particular de Villaviciosa de Odón, de “Villa”, como también dicen ellos. Es muy importante que sigan conservando buenas impresiones del pueblo y sus gentes, encareciendo no sólo sus bares, sino también sus instalaciones deportivas municipales. Estoy convencido, y además me consta, que todo aquel estudiante que haya asistido regularmente a Hispaocio, guardará de él un muy grato recuerdo.

            Y aunque sólo fuera por ello, pero es que también hay muchas otras razones de todos conocidas, Hispaocio no debe morir.

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