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HISTORIA DE DOS MAGDALENAS

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Escribe: Juanjo Borrego*

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En 1920, un hombre se encerraba definitivamente en su casa, entre paredes acorchadas para evitar ruidos y dedicarse en cuerpo y alma a escribir una obra maestra, una joya de la literatura universal, una cumbre literaria del siglo XX. “ En busca del tiempo perdido”  (Á la recherche du temps perdu); una extensa novela que constaría de siete libros con  títulos sugerentes como “A la sombra de las muchachas en flor” (Á l´ombre de jeunes filles en fleurs). Este escritor se llamó Marcel Proust, nacido en una familia acomodada que retrataba con eficacia narrativa y belleza poética asuntos como la aristocracia francesa y la alta burguesía, la homosexualidad reprimida por convencionalismos de su época, perfilando acertados caracteres femeninos, y asuntos culturales y sociales de diversa índole. Desde niño, Marcel Proust, mostró una gran fragilidad de salud ; padecía alergias, asma, bronquitis y respiraba con dificultad ; falleció con 51 años, víctima de una neumonía irremediable. Proust ya no salía de su casa, trabajaba de noche, dormía de día y se alimentaba de café y poco más…En la primera parte de su gran obra, podemos leer una referencia a la magdalena más famosa de la literatura de siempre. Marcel Proust jamás pudo olvidar el sabor de una magdalena, mojada en té, que desayunaba o merendaba en casa de su abuela, en su pueblo natal. Es la magdalena del recuerdo y la nostalgia. Porque Marcel Proust , agobiado por la desesperanza y el miedo a la muerte, tituló el final de su obra “El tiempo recobrado” (Le temps retrouvé). Porque Marcel Proust militaba en la evocación permanente del recuerdo…

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En un juego de líneas paralelas que parecen gemelas y nunca son iguales, un siglo después, en 2020, las crónicas hablaron de una pandemia que encerró a las gentes en sus casas, recordando paraísos perdidos y temiéndole al futuro y a la muerte. Miles de seres humanos dejaron de respirar y fallecieron en circunstancias dramáticas.  Cuentan que fue un tiempo de vidas confinadas, de calles y plazas desiertas, sin algarabía en los patios de colegio. Fue un tiempo de sonrisas amordazadas, abrazos aplazados, guantes de forense  y lavado continuo de las manos huyendo de la amenaza del contagio; se suspendieron bodas y sepelios, y el prójimo se hizo sospechoso,  se arrinconaron mapas, proyectos y mochilas, y se perdió la libertad de los caminos y los pasos…

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Se enquistaron las alas de los aviones y los trenes circulaban rigurosamente vigilados. En treinta o cuarenta metros cuadrados, convivían agresores y víctimas, bebés y adolescentes en la edad del pavo… No es posible acercarse al canto de los pájaros o a  la caricia del viento en las hojas de los álamos… Más de uno soñó entonces con una magdalena. Una magdalena que guardaba en su interior el secreto  del aroma a limón, con colacao caliente,  de la vuelta al ayer y a la inocencia; a jugar y amar y  correr a campo abierto y pulmón pleno, alrededor de la casa de la abuela en aquel pueblo al que estaba prohibido viajar por un tema de fases y distancias. Necesidad imperiosa de recuperar el tiempo perdido y el recuerdo siempre soñado, aunque un perito en bulevares de sueños rotos dijera que la peor de las nostalgias es añorar aquello que nunca sucedió…

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Y un testigo de soledades centenarias escribiera “entonces vino un viento tibio, cuajado de voces del pasado y de pueblos con millones de antiguos geranios”… Y, en un whatsapp, pudo leerse : “ Vuelve, porque ya no te echo de menos… Simplemente, te necesito”.

No perdamos la esperanza en el futuro, los placeres y los días… No está todo perdido… Siempre nos quedarán las magdalenas.

(*) Juanjo es Periodista y escritor, Autor de libros de poemas y relatos. Ha ejercido la Jefatura de Programas en RNE y Cadena COPE, Ha escrito y dirigido numerosos programas informativos y culturales en RTVE, Tiene en su haber dos Premios Ondas de Radiodifusión.

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